Caídas: causas, consecuencias y prevención
Poder ser independiente para realizar las actividades de la vida diaria, ser capaz de desplazarse, tanto por la casa como por la calle, es algo que no se suele apreciar hasta que se pierde. Hay pérdidas pasajeras de movilidad que en algún momento de nuestra vida hemos experimentado todos y que dificultan el desplazamiento de forma muy importante, como pueden ser las consecutivas a caídas con lesiones, que requieran inmovilización con yeso o reposo, o situaciones de desequilibrio por enfermedades agudas. Todas ellas producen en el individuo una sensación de inseguridad que le hace más dependiente durante una temporada y precisan de una recuperación posterior, tanto de la marcha como del equilibrio.
Con el envejecimiento, el deterioro de la marcha va a ser progresivo y definitivo, agravado en la mayoría de las ocasiones por la presencia de diferentes enfermedades que van haciendo acto de presencia conforme el individuo se hace mayor, y es que según avanza la edad se modifican el centro de gravedad, la coordinación, los reflejos, el equilibrio, la fuerza, la flexibilidad, la agudeza visual, etc. En ocasiones pueden sumarse también problemas de salud que afectan directamente la movilidad..
Las alteraciones de la marcha van a ocasionar aumento de morbilidad, riesgo de caídas, limitación psicológica del anciano por miedo a caer, y, en definitiva, son un factor de riesgo muy importante de institucionalización.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define caída como la consecuencia de cualquier acontecimiento que precipita al paciente al suelo, contra su voluntad. Es una patología muy frecuente en la población anciana y son una de las principales causas de lesiones, incapacidad, institucionalización e incluso de muerte en este grupo etareo.
Los lugares más frecuentes de caída son el baño, el dormitorio y la cocina. La actividad que más favorece la caída es caminar. Aproximadamente el 10% de las caídas se producen en las escaleras, siendo más peligroso el descenso que el ascenso; los primeros y últimos escalones son los más peligrosos.
Ante una caída debemos:
Valorar de forma global la salud del anciano;
Identificar los factores de riesgo propios de la persona
Identificar los factores de riesgo propios del entorno
Estimar precozmente las consecuencias a corto y largo
Factores de riesgo propios de la persona
Son los cambios y trastornos relacionados con el envejecimiento y/o con la enfermedad que afectan a las funciones necesarias para mantener el equilibrio. Estas funciones son:
Los reflejos y la propiocepción: la sensibilidad propioceptiva es la que permite al cuerpo orientarse en su posición con respecto al suelo y a las partes del cuerpo. Con la edad se produce un deterioro progresivo de los sensores de las articulaciones. el oído: con la edad se produce una serie de alteraciones que se traducen en una respuesta deficiente del reflejo vestíbulo-ocular (ayuda a mantener el equilibrio durante el movimiento) y del reflejo de enderezamiento.
La visión: la deprivación visual contribuye en un 50% a la inestabilidad. El envejecimiento habitualmente supone la aparición de cataratas, disminución de la percepción y agudeza visual, disminución de la capacidad para discriminar colores, trastornos en la tolerancia a la luz y adaptación a la oscuridad.
La función muscular: con la edad disminuye progresivamente la masa muscular, lo que se traduce en una disminución progresiva de la fuerza muscular. respuesta es menos eficaz en el mantenimiento de la estabilidad postural ante cualquier desequilibrio.
La función articular: el dolor, la inestabilidad articular y la aparición de posiciones articulares viciosas facilitan la aparición de caídas.
Dolor: la enfermedad de los miembros inferiores (artrosis, artritis, juanetes, dedos en garra, deformidades de las uñas, problemas isquémicos o neurológicos, etc) hacen que el anciano tenga un pie doloroso y una marcha insegura.
La función cognitiva: la demencia puede acrecentar el número de caídas por tener alterada la capacidad de percepción visuoespacial, comprensión y orientación geográfica.
La salud cardiovascular: con el envejecimiento se produce una una mala adaptación a los cambios de tensión arterial. Ciertos medicamentos, las arritmias y otros tipos de enfermedad cardiaca pueden provocar bajas de presión y favorecer así la caída.
Factores de riesgo extrínsecos (del entorno):
Suelos irregulares, resbaladizos, presencia de alfombras, cables u otros elementos no fijos.
Calzado inadecuado no cerrado y sin sujeción firme al pie
Iluminación insuficiente o excesivamente brillante.
Escaleras sin pasamanos, peldaños altos o de altura irregular y ausencia de descansillos.
Lavabos y retretes muy bajos, ausencia de barras de ducha y aseo.
Camas altas y estrechas
Objetos en el suelo, muebles con ruedas o mesillas de noche que obstruyen el paso.
Asientos sin reposabrazos.
Utilización de ciertos medicamentos y/o combinaciones de medicamentos
En la calle: veredas estrechas, con desniveles y obstáculos; pavimento defectuoso, semáforos de breve duración, bancos a una altura excesivamente alta o baja, etc.
En los medios de transporte: escaleras de acceso excesivamente altas, movimientos bruscos del vehículo, tiempos cortos para entrar o salir.
Consecuencias de las caídas
Aunque la mayoría de las caídas no tienen consecuencias, pueden ocasionar contusiones, heridas, desgarros, fracturas, traumatismos craneoencefálicos, torácicos y abdominales. También tenemos que tener en cuenta las consecuencias de la estancia prolongada en el suelo tras una caída. Puede aparecer hipotermia, deshidratación, rabdomiolisis, úlceras por presión, trombosis venosa profunda, infecciones y otras secuelas de la inmovilidad.
No hay que perder de vista el llamado “síndrome postcaída”, que se caracteriza por miedo a volver a caer. Esto supone una serie de cambios de comportamiento que se traducen en una disminución de las actividades físicas habituales y sociales.
Recomendaciones
Informar al médico el antecedente de caídas
Valoración geriátrica integral por parte del equipo de salud (estado físico, psíquico, anímico y nutricional, como también el entorno arquitectónico y el entorno de cuidado)
La realización de ejercicio físico: se ha comprobado que mejora la composición corporal, disminuye las caídas, incrementa la fuerza, reduce la depresión, mejora el dolor artrósico, aumenta la longevidad, reduce el riesgo de diabetes y enfermedad coronaria.
Detección precoz de determinadas enfermedades (neurológicas, articulares, cardiovasculares, etc).
Aumento de la seguridad ambiental: consiste en la corrección de los factores de riesgo extrínsecos enumerados más arriba,
Tips para adecuar el entorno (seguridad ambiental)
Puertas: tener en cuenta la amplitud, el peso y la facilidad para abrirlas o cerrarlas.
Habitaciones y pasillos: tener en cuenta su amplitud si es precisa la movilización en sillas de ruedas o con ayuda de caminadores.
Mobiliario: retirar los muebles que puedan interferir en la deambulación, así como colocarlos estratégicamente como ayuda o punto de apoyo durante la misma.
Barandillas: uso en pasillos para apoyarse.
Iluminación: adecuada, con interruptores en lugares accesibles y cómodos.
Suelo: eliminación de alfombras, cables o cordones que favorezcan las caídas. Valorar el uso de superficies antideslizantes y rampas en lugar de escaleras.
Inodoro: uso de barras de sujeción, elevadores en la taza que favorezcan las transferencias, superficie antideslizante en la bañera, facilitar la entrada y salida de la bañera mediante asientos desplazables que permitan tomar el baño sentado, grifería de sencillo manejo.
Higiene personal: adaptaciones en la esponja, peines y cepillos, cuidado de los pliegues, boca y prótesis dentales.
Vestido: sustitución de botones y cremalleras por velcros, prendas abiertas por delante y suelas antideslizantes en los zapatos. Para vestir la parte inferior del cuerpo será más fácil realizarlo acostado, comenzando por la extremidad más discapacitada.
Sillas: sólidas, pesadas, con respaldo alto y brazos.
Cama: altura preferiblemente graduable o uso de tacos o colchones para modificarla según la persona.
Al acostarse: la cabeza debe posicionarse en la línea media sobre una almohada plana adaptada al cuello. El tronco debe estar recto, alineado con la cabeza y la espalda conservando las curvaturas naturales.